¿Valoración económica o ambiental de los árboles en la CDMX?

Siempre que hay una tala de árboles para una nueva construcción o para que se «vea» un establecimiento mercantil, nos preguntamos quién decide el que se tale un árbol. La Secretaria del Medio Ambiente ha creado una metodología cuestionable si consideramos el valor ambiental de un árbol. En este artículo, nos explican cómo es que SEDEMA asigna un precio a la tala de un árbol sin considerar su alto valor ambiental que por obvias razones afectará nuestra calidad de vida.
También recordarles que La Voz de Polanco sigue con su proyecto «Muérdago», el cual consiste en buscar donativos para el saneamiento de nuestros árboles infestados de muérdago que están condenados a morir sino los atendemos. Te invitamos a participar, consulta nuestra página.
EL COSTO Y VALOR DE LOS ÁRBOLES POR CRISTINA AYALA Y MONSERRAT MOYSÉN

“En los días que corren la gente sabe el precio de todo y el valor de nada.”

Oscar Wilde

Vivimos en un mundo cada vez más urbanizado. Las oportunidades que se generan dentro de las ciudades han favorecido que el 50% de la población mundial viva en estos sitios. Sin embargo, el crecimiento urbano conlleva altos niveles de cambio de uso de suelo y degradación ambiental, afectando la calidad de vida de sus habitantes. Esta situación ha sido abordada desde disciplinas conjuntas que buscan integrar distintos paradigmas para generar propuestas aplicadas que favorezcan la comunicación entre diversos actores. Ejemplo de éstas son la ecología política, la economía ecológica y la economía ambiental. Estas disciplinas proponen repensar la interacción sociedad-ambiente por medio de conceptos como los servicios ecosistémicos,1 el capital natural2 y la valoración ambiental3para demostrar la importancia de la naturaleza y las consecuencias de su pérdida en nuestra vida diaria.

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En teoría, este puente entre la economía y las ciencias ambientales permite crear herramientas de protección ambiental bajo la premisa de que la valoración es el primer paso para la conservación. Además, facilita la comunicación entre diversos actores de la sociedad como la academia, tomadores de decisiones y sociedad civil al exhibir las consecuencias de la degradación ambiental en el presupuesto gubernamental o incluso en el gasto individual. Sin embargo, en la práctica, esta asociación depende mucho de las intenciones de quien use las herramientas.

Ejemplo de esto es la idea de la “valoración económica”, la cual ofrece útiles aportaciones al manejo de los recursos naturales, pero con un alto grado de mal entendimiento. Este concepto permite reconocer en términos monetarios el valor que tienen los bienes4 y servicios ambientales,5 los cuales no poseen un mercado y han sido asumidos como infinitos.6 Así, esta herramienta nos ayuda a entender que tanto nos afectaría económicamente la alteración del ambiente, estableciendo parámetros de similitud entre lo ecológico y lo económico, pero sin que el valor pueda ser traducido en un precio de venta. Su objetivo final es facilitar la toma de decisiones y la elaboración de políticas públicas al transmitir un mensaje en un lenguaje universal. Sin embargo, es importante estar conscientes de los límites de esta herramienta, la cual deja fuera el invaluable valor intrínseco de la naturaleza así como gran parte de la interacción naturaleza-sociedad al reducir un sistema complejo a un valor numérico. 

Desgraciadamente, en la Ciudad de México la interpretación de esta herramienta ha sido utilizada para justificar el aumento de las talas, como un tipo de pago por obtener permiso degradar los ecosistemas. En lo que va de la administración se han talado más de 10 mil 144 árboles a causa de obras públicas y privadas, los cuales fueron valuados en un precio promedio de 11 mil 656 pesos por árbol 7 para obtener cerca de 90 millones de pesos en tres años. Estas compensaciones se han basado en siete características del árbol a talar para determinar la cantidad económica que un promovente de obra (pública o privada) debe pagar como medida compensatoria (Tabla 1). Dependiendo del puntaje de la valoración (que tiene una escala de uno a cuatro para cada variable, siendo el máximo puntaje 28), se determina la cantidad a restituir, siendo el valor máximo a pagar por un árbol $13,140 pesos.8

Tabla 1. Criterios de calificación de los árboles9

tabla1

A diferencia de los métodos practicados internacionalmente,10 entre los aspectos que se evalúan nunca se especifica la especie, lo cual coloca a los árboles como figuras genéricas, sin importar si son endémicas o exóticas. Igualmente grave es que tampoco considera el sitio donde se encuentran. Estos aspectos son fundamentales en cualquier fórmula que intente valorar los árboles, ya que la apropiación y uso de los recursos naturales dependerá de si forman parte de una zona residencial, comercial o industrial. Por lo tanto, en el caso de los árboles talados en la Ciudad de México la fórmula usada omite aspectos cruciales para su valoración, e ignora el costo de mantenimiento de los individuos hasta que superen su etapa juvenil, que es su mayor momento de vulnerabilidad.

Otra deficiencia de la práctica en la Ciudad de México es que ignora las referencias internacionales, en los cuales se han llegado a valuar los beneficios obtenidos de los árboles urbanos hasta en 638 millones de dólares anuales11 (equivalente a 11,707,300,000 pesos anualesvii) -sin tomar en cuenta los beneficios estéticos-. Esto representa una pérdida de 80 billones de dólares si es que estos árboles llegaran a desaparecer.

Estas valoraciones arrojan cifras mucho mayores a los propuestos por SEDEMA puesto que consideran las múltiples contribuciones económicas que se obtienen a partir de los árboles. A continuación se mencionan algunos de los beneficios que los arboles proveen en términos económicos: 

1. Aumento en la plusvalía inmobiliaria

Se ha demostrado que los arboles pueden aumentar significativamente el valor de una propiedad ya que los compradores de bienes inmobiliarios están dispuestos a pagar más por zonas con un paisaje arbolado1 Lo mismo sucede en el caso contrario. Se ha llegado documentar la perdida del 9% del valor total de una propiedad a causa del derribo de un solo árbol: un gran roble negro que formaba parte del paisaje adyacente1. Esto demuestra una paradoja, ya que son los propios desarrollos inmobiliarios los que en muchas ocasiones propician la tala de arboles, atentando contra su mismo negocio.

2. Protección contra tormentas y deslaves

Los árboles son capaces de reducir la escorrentía y la erosión del suelo, por lo que se ha reportado que reducen en un 7% de la necesidad de barreras y estrategias contra deslaves2. Esto se ve incrementado si se consideran la cantidad de vidas humanas que podrían estar en riesgo debido a la deforestación.

3. Ahorro de energía

Los arboles tienen una capacidad de regulación de la temperatura que suele ser olvidado. Por ejemplo, su potencial de enfriamiento puede ser equivalente a encender el aire acondicionado de 10 habitaciones durante 20 horas al día, y en invierno puede ayudar a ahorrar hasta un 25% de gasto en calefacción.

4. Purificación del aire y almacenamiento de agua

Es parte del conocimiento general la habilidad de los árboles de modificar la calidad del aire, sin embargo, pocas veces se concibe su alcance y su efecto en nuestra salud. Ciudades como Boston, Los Ángeles y Nueva York han mostrado que un incremento del 10% en el dosel de sus árboles reduce la cantidad de ozono. Además, se ha reportado que la totalidad de los árboles de Filadelfia almacenan aproximadamente 481,000 toneladas de carbono con un valor estimado de 9.8 millones de dólares. De igual forma, 10 mil árboles pueden guardar 10 millones de galones de agua de lluvia al agua, lo cual es especialmente importante en una ciudad con problemas de acceso al agua como lo es la Ciudad de México.

5. Salud pública

Posiblemente el beneficio que menos se considera al momento de valorar a los árboles y las áreas verdes urbanas es su efecto en la sociedad. Esto se debe a que sus impactos suelen considerarse difusos y difíciles de medir. Sin embargo, este es uno de los aspectos que mayor repercusión puede tener sobre el presupuesto gubernamental en materia de salud. Por ejemplo, existe amplia evidencia respecto al efecto de la naturaleza próxima en la salud mental de las personas. Es por esto que Estados Unidos ha valorado sus parques como centros de esparcimiento en dos mil millones de dólares al año. Del mismo modo, se sabe que la presencia de grandes áreas verdes urbanas puede reducir en 52% los delitos, lo que favorece a la disminución de los presupuestos de seguridad.

Tomando en cuenta lo anterior es posible decir que la falta de un análisis integral en la valoración económica de árboles en la Ciudad de México refleja falta de información y fallas técnicas con consecuencias ambientales y sociales. Esto puede ser el resultado de un conflicto de intereses al ser los promoventes de las obras los que contratan a los dictaminadores para realizar el diagnóstico de los árboles a talar y el consecuente monto de resarcimiento.

Una verdadera evaluación ambiental que busque obtener un valor económico acercado a la realidad requiere considerar todos los servicios ecosistémicos que los árboles prestan de forma individual y como parte del entramado verde al cual pertenece. Esto incluye que tomen en cuenta tanto los servicios ecosistémicos directos (captura de CO2, recarga del acuífero, mejoramiento de la calidad de aire, por ejemplo) como los indirectos (mantenimiento de la biodiversidad, efecto en la salud física y mental). 

Además, se debe tomar en cuenta que los individuos removidos forman parte de la “infraestructura” verde de las ciudades, por lo que su remoción tendrá, en mayor o menor medida, consecuencias en la fragmentación del sistema completo. Es por esto que la valoración económica suele integrar a los componentes económicos y biológicos, un estudio detallado acerca de las necesidades y percepciones de los distintos usuarios de los servicios ecosistémicos. Finalmente, el manejo correcto de los recursos requiere de una constante evaluación que revise si las premisas originales siguen siendo válidas.

Todo esto hace necesario distinguir entre el costo y el valor de la naturaleza, ya que mientras el costo hace referencia a la cantidad de dinero empleada para algo, el valor está dado por la subjetividad, requiere de contexto e incluye los beneficios potenciales futuros. Así que aunque pueda calcularse el costo de creación 1 m2 de un área verde, esto no refleja el valor perdido durante su destrucción y hace imposible homologar criterios para generar una cifra universal compensatoria. El costo de los árboles puede ser calculado fácilmente, basta con sumar su precio de compra con el esfuerzo de sembrarlo. Su valor como pieza clave de nuestra sobrevivencia es invaluable.

El mejor ejemplo de la diferencia entre el costo y el valor hace referencia a la compra del territorio que hoy conocemos como el estado de Washington. En 1854 el Presidente Franklin Pierce envió un mensaje al Jefe Seattle en el que le propone la venta de las tierras donde su tribu habitaba. El Jefe respondió con una carta que habla del significado de la tierra para su pueblo y deja entrever que, aunque los componentes intangibles de un paisaje no pueden ser valorados económicamente, está dispuesto a analizar la propuesta de compraventa, pues sabe que si no es “por las buenas”, el terreno podrá ser adquirido por las malas. Claramente el valor de esas tierras superaba el precio que alguien podría pagar por ellas. Sin embargo, ante el inminente exterminio de la tribu defendiendo el territorio, el Jefe Seattle aceptó que su tribu viviera en adelante en reservas. Este decisión le ganó el desprecio de los suyos, afectando cientos de generaciones posteriores.

De forma similar, los ciudadanos de la Ciudad de México estamos acostumbrados al “va porque va” aceptando la pérdida de nuestros espacios verdes ante proyectos presuntamente inminentes. Estamos acostumbrados a la corrupción y los conflictos de intereses entre constructoras, consultorías y una secretaría del medio ambiente que usa las herramientas de protección del ambiente en su contra. Hemos estado dispuestos incluso a negociar la violación de nuestro derecho a un ambiente sano, pagándolo con nuestra propia salud. ¿Estamos dispuestos también a aceptar la venta de nuestras tierras por frustración, aceptando ganar el desprecio de nuestros descendientes?

En palabras del Gran Jefe Seattle:

“¿Cómo podríais comprar o vender el cielo, el calor de la tierra?

Esta idea nos parece extraña. No somos dueños de la frescura del

aire ni del reflejo del agua. ¿Cómo podríais comprárnoslos?…

…Así termina la vida y comienza el sobrevivir…”.

 

 

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