Ante la tragedia de la Línea 12 del Metro se vuelven a encender las alertas en la población. ¿Cómo es posible que suceda esto? ¿Quiénes son responsables?
Sabemos que se tendrá que ir a una investigación a fondo, deslindar responsabilidades y castigar a los culpables. En lo que sucede eso es necesario volver a preguntarnos qué es el riesgo.
Y como dice el título del artículo de Reforma, nosotros «somos el riesgo». Hasta que no entendamos que los fenómenos naturales son eso, es decir, que sabemos que ocurren y que nosotros debemos de dar las condiciones para que no terminen en tragedias, seguiremos escuchando eventos que terminan en muertos, lesionados y afectados.
Pongamos el caso de sismo, la normatividad de la ciudad se ha revisado y marca lo necesario para evitar tragedias. Si los constructores, propietarios de inmuebles siguieran las normas, se tendría otro horizonte.
Es frustrante ver como empresarios, propietarios, desarrolladores y autoridades se coluden provocando escenarios de riesgo que pueden terminar en tragedia.
En el periodo de pandemia, hemos visto cómo crecen casas y edificios con construcciones de hace 30, 40 o 50 años sin estudios estructurales que comprueben si es posible que a una edificación vieja se le cargue el peso de un nivel más.
Séneca 301 es un ejemplo y no se diga la construcción que hacen en una casa catalogada en Campos Elíseos 76 o en Castelar 75. Este tipo de información debería saberse en momentos en los que alguien decide alquilar o alojarse en una construcción que ahora puede representar un riesgo.
A pesar de advertirle a las autoridades esto, han hecho caso omiso a las advertencias y parar este tipo de prácticas.
Reforma
Somos el riesgo
Víctor Juárez
Esta vez no fue un sismo.
El suelo tuvo mucho que ver, pero eso ya se sabía, desde hace siglos; más bien, a pesar de sus fracturas, sequías y hundimientos, el suelo no tenía que ser un problema.
Cuando los peritajes y auditorías de la Línea 12 del Metro culminen y se determine de quién fue la responsabilidad del colapso en el que fallecieron 26 usuarios, la respuesta que surja habrá de apuntar a propios y extraños, a quienes recién fueron electos y a quienes ya dejaron el cargo, a quienes diseñaron, a quienes pagaron, a quienes contrataron, a quienes avalaron.
«Somos nosotros», resume la investigadora Naxhelli Ruiz. Ése será el resultado.
La académica del Instituto de Geografía de la UNAM considera que el hecho del pasado 3 de mayo es un llamado urgente a modificar las conductas públicas y privadas que no abonen a la construcción de resiliencia y a tomar consciencia de la construcción del riesgo en la Capital; también, a acelerar aquéllas en las que se está tomando la dirección correcta.
«El riesgo es una conjunción de elementos que te genera una probabilidad de daño, cómo a lo largo del tiempo generas ciertas condiciones que se materializan en un momento dado generando una probabilidad de daño. Nos enfocamos en la amenaza, pero acá realmente somos nosotros», señala, en entrevista con Grupo REFORMA.
Lo cierto es que si la Ciudad -quienes la gobiernan y la habitan- pretende que tragedias como la de la L-12 no se repitan, deberán dejar a un lado las explicaciones que apuntena los movimientos de la tierra, a la composición del suelo, a los milímetros de lluvia que caen anualmente o a los meses de sequía e, incluso, a un coronavirus y, en cambio, planear con la idea de su propio impacto, mismo que es prácticamente la seña de identidad de la metrópoli.
Construidos«Ciudad de acantilados carnívoros, ciudad dolor inmóvil, ciudad de calcinaciones largas, ciudad a fuego lento, ciudad con el agua al cuello», evoca Ixca Cienfuegos, personaje de Carlos Fuentes en La región más transparente.
Las iteraciones son sólo una forma de mencionar aquello que los habitantes de la Ciudad de México conocen de sobra: las múltiples caras de una ciudad donde vivir significa sobrevivir.
El informe Ciudad Resiliente: Retrospectiva y Proyección de una Ciudad (In)Vulnerable, publicado en 2020, en plena epidemia por Covid-19, marca ocho momentos de «riesgo construido» de la Ciudad de México, que van desde la fundación del asentamiento, en 1325, hasta el año pandémico.
Primero, la fundación de la Ciudad, cuando la zona en que ahora vivimos contaba con zonas de recarga para el acuífero y las formaciones geológicas formaban diques naturales; después, la Ciudad intervenida con la construcción del albarradón de Nezahualcóyotl, separando el agua dulce de la salada.
Luego las primeras inundaciones y la construcción del Canal de Huehuetoca, con la que inicia la desecación de los lagos, lo que trajo como consecuencia tolvaneras y, debido a la extracción de agua del acuífero con el crecimiento de la ciudad, a hundimientos.
A partir de ahí los momentos resultan familiares: por ejemplo, señala la pavimentación de la Ciudad que impide la permeabilidad del agua y con ello la aceleración de la subsidencia a partir de 1950.
De hecho, es a partir de esta fecha que un estudio de 2021 de especialistas de la Universidad de Oregon, del Instituto de Tecnología de California y la UNAM, señala el inicio de una tendencia irreversible hacia el hundimiento de la capital, el cual podría alcanzar 30 metros adicionales en 150 años, como publicó Grupo REFORMA el 10 de mayo pasado.
Los últimos momentos corresponden a los sismos de 1985 y 2017, que afectaronde formas distintas el suelo de la ciudad, y finalmente a la situación actual, con áreas de valor ambiental y áreas naturales protegidas invadidas, inundaciones constantes, sobreexplotación del acuífero y efecto de islas de calor por falta de áreas verdes.
«A medida que el lago se empezó a drenar, el área urbana de la Ciudad de México incrementó. Esto fue resultado de la construcción de sistemas de drenaje y avances en materia de ingeniería que dieron pie a nuevas construcciones; sobre todo, se dio un crecimiento expansivo en la zona central de la ciudad. Sin embargo, la Ciudad de México tenía los mismos retos que enfrentaba desde su creación: el suministro de agua y las inundaciones», relata el documento, elaborado por la Secretaría de Gestión Integral de Riesgos y Protección Civil (SGIRPC).
Es un intento por condensar los aprendizajes de los últimos eventos catastróficos de la urbe, a lo que se suma la pandemia por Covid-19, que hasta la fecha ha cobrado la vida de 44 mil 58 capitalinos y acumula un impacto económico que todavía deberá calcularse en su totalidad, y comprender el proceso histórico que nos trajo a la situación actual.
En el caso de las inundaciones, el informe reconoce que la atención a éstas se ha basado en un enfoque de megainfraestructuras, como el Túnel Emisor Oriente, que se empezó a construir en 2008 pero que, reconoce, no resolverá los problemas de fondo que derivan en encharcamientos y anegaciones.
El mensaje, si no explícito, es el de evitar los errores pasados, sin embargo, la CDMX no se inventó de un día a otro, y la planeación de antes (buena y mala) repercute en los eventos actuales.
Naxhelli Ruiz, especialista en riesgo urbano y vulnerabilidad, y ella misma damnificada del 19S, ha sido crítica del trabajo de administraciones pasadas y de la actual, en particular, en lo referente a la reconstrucción, sin embargo, reconoce que las experiencias han servido para darle un nuevo enfoque a la gestión integral de riesgos de la Metrópoli, sin que por ello los retos que enfrenta sean menores.
«Tenemos algunas cosas que se orientan sobre todo a la parte de respuesta y de reacción ante emergencias, que veo que están bien y son necesarias, pero veo muchas otras cosas en la Ciudad en las que no estamos poniendo suficiente y que no es que sean realmente una omisión, sino que si no les ponemos realmente atención, si no hablamos de ellas, finalmente nos van a cobrar una factura cara cuando se materialice una amenaza», indica.
El propio informe «Ciudad Resiliente» reconoce que, en las secuelas del 19S, se requiere mayor transparencia en el manejo de los recursos para procesos de reconstrucción, fortalecer el esquema de divulgación de información, pues los esquemas de financiamiento y reconstrucción no se comunicaron de manera adecuada.
En conjuntoRicardo Bernal tiene 50 años, 30 de los cuales ha pasado en las direcciones de Protección Civil de las Alcaldías Cuajimalpa y Miguel Hidalgo -esta última, de la que es oriundo-.
Ha visto y atendido toda casede hechos catastróficos aún desde antes de entrar por primera vez a trabajar en Protección Civil, en 1991, pues seis años antes, en 1985, le tocó apoyar con su padre las labores de rescate tras el terremoto del primer 19 de septiembre trágico.
Pero a partir de ahí le han seguido otro tipo de siniestros, ya dentro de sus labores profesionales: desde incendios forestales, derrumbes e inundaciones hasta la apertura y atención de minas y oquedades, hasta nuevos eventos de gran magnitud como el posible colapso de unas torres departamentales en Santa Fe, en 2016, o el sismo del segundo 19 de septiembre.
Una de sus últimas intervenciones consistió en explorar e iniciar las labores para estabilizar y mitigar una mina descubierta tras el 19S bajo las viviendas de 15 familias en la Colonia América, en la Alcaldía Miguel Hidalgo, cuya atención continuaba hasta principios de este año.
La oquedad, que no derivó hasta el momento en pérdidas humanas o patrimoniales, es una de las experiencias recientes que recuerda con mayor asombro, junto con la ocasión en que una grieta «vació» el lago del Bosque de Chapultepec.
«Fuimos los primeros en entrar a la mina, intentamos de apoyar lo más que pudimos para apoyar a los vecinos», refiere.
Para alguien dedicado en cuerpo y alma a esta labor, las atenciones son tantas que en ocasiones se olvida a cuántas personas se ha librado de condiciones de riesgo inminente, cuántos inmuebles se han salvado de derrumbes o incendios, particularmente, tratándose de un trabajo que, si se hace bien, puede pasar inadvertido.
«Recientemente tuve la oportunidad de ir a comer a un lugar donde se me acercó una señorita a agradecerme porque le ayudamos a salvar a su familiar, ¿pero cuándohicimos eso? Son casos y detalles que la gente te reconoce», recuerda.
Firme en su visión de la protección civil, Bernal considera que el riesgo es una constante para los habitantes de la capital, pero no por ello deben convertirse en una fatalidad.
«Estamos siempre en la reacción, la diversidad que tiene la Ciudad de México en todas sus alcaldías es increíble. Sí se puede (prevenir), sí se hace, pero tenemos que trabajar todos en conjunto».
Planear para prevenir
Fueel resultado de un ciclo de riesgos lo que derivó en la tragedia del pasado 3 de mayo en la estación Olivos del STC.
«Este evento no sé si nos ayudará a avanzar, pero debería, es una llamada de atención brutal, porque este es un ejemplo de resiliencia urbana, cuando una infraestructura es resiliente, puede tener un comportamiento de recibir un impacto y volver a su funcionalidad, o por lo menos va a sostenerse hasta el punto en el que no va a haber un tren pasando que se va a caer, aquí en el funcionamiento normal se cayó, eso habla de que la infraestructura tiene problemas importantes de resiliencia», refiere Naxhelli Ruiz.
Pero hay pocas justificaciones para el hecho de que dicho equipamiento no se comportara de forma resiliente, pues se conocen las condiciones del suelo en dicha zona, mismas que sí son tomadas en cuenta en la operación de las líneas que corren por la zona central de la Ciudad, por ejemplo.
Para la especialista, sólo hay una forma de romper con dicho ciclo de riesgos: la planeación; esto incluye tomar en cuenta cada una de las múltiples causas, decisiones y vulnerabilidades que conforman el riesgo para adelantarse al comportamiento catastrófico. No hacerlo tuvo como consecuencia la caída de una trabe y el fallecimiento de 26 personas, pero antes ha sido el colapso de inmuebles, inundaciones, derrumbes o incendios.
«Tenemos que ver todo este conjunto: mientras no lo veamos así, con el suelo, con el subsuelo, con el agua, con los sismos y con la forma de habitar, estas cosas van a repetirse en modalidades diferentes. Lo importante de la Ciudad es que empiece a pensar en cómo romper el ciclo del riesgo, y cómo romperlo inicia en la planeación», insiste.
Si bien el incidente de la Línea 12 del Metro hizo imposible culpar a la naturaleza, la académica dice no estar segura de que la lección se está aprendiendo de forma correcta, y no hacerlo tendrá como consecuencia nuevos eventos, materializados de otra forma, pero con el mismo costo humano, urbano y económico.
«Habría que pensar que eso nos habla no solamente de nuestra capacidad de respuesta, sino la forma en que operan de forma cotidiana ciertas cosas están limitando la capacidad de no generar un desastre como el que vimos, y sí debe ser una llamada de atención, pero no estoy segura de que estemos leyendo correctamente el hecho como lo que es».